Brejal dos Guajás


Autor: José Sarney
Título: Brejal dos Guajás, Brejal de los Guajás
Idiomas: port, esp
Tradutor: Edgardo Rivera Martínez(esp)
Data: 28/12/2004

BREJAL DE LOS GUAJÁS

De: El Concejal Bertolo y otros cuentos


José Sarney

I

El camino de Brejal estaba lejos, demasiado lejos para ser medido simplemente en días o leguas. La distancia dependía de la época del viaje, pues si éste se realizaba en el invierno- un invierno de fuertes aguaceros, con seis meses de agua por todos lados- no tenía fin. A Brejal se viajaba en convoy hasta cierto lugar, lejano aún, y se continuaba luego en canoa, subiendo por el otro río Itapicuru hasta Laje Amarela. De ahí se seguía a caballo hasta llegar al comienzo de la calle principal del pueblo, o se avanzaba aún más, si quien llegaba era un amigo, y sino, se proseguía desde ese extremo, a pie, hasta la hostería del mercado, pero eso sí, hablando bajito, mirando a los costados y al frente, hasta que todos supiesen de dónde y a qué se venía.
Había dos calles, la de la Matriz y la del Mercado. La ciudad tenía algo menos de tres cuarentenas de casas. Ni teléfono, ni calzadas, ni pistas, ni edificios públicos, ni escuelas. Mejor dicho, escuela había una, con un aula construida hacía poco, donde vivía el sargento de este camento policial que contaba con diez hombres.
De la antigua colina grande, donde ahora se ubica la ciudad, sólo quedaba un algarrobo, coposo, verde, de follaje abierto, frente la casa de doña Rosa Menina. En la época de cosecha acudían los chiquillos para juntar las semillas chatas. Allí llegaban también en otros tiempos los venados, a comer en las noches de verano. Buen lugar para la espera había sido aquel tronco donde ahora se amarraban los animales y se alzaba la ranchería. En la ciudad todos se conocían y en ésta se vendían tan sólo artículos de vestir y comer, y un poco de arroz, porque en realidad no era zona arrocera sino de mucha palmera babaçu y harina de yuca. Y era llamada de Guajás porque quedaba cerca de la aldea de los guajajaras, hoy muy lejos, perdidos, subyugados, muertos.
–Eh, Rosa, que Dios nos ampare, mulata coqueta– decía el canónigo Juan, paríoco desde hacía muchos años, respetado y estimado por un grupo de la ciudad, que le concedía todas las virtudes, desde la de padre de familia ejemplar hasta la de milagroso pastor de almas.
–Amén–, repondía Rosa Menina en su puesto de café y arroz con tocino, que vendía en la mano.
El padre Juan y Rosa eran talvez las únicas personas que podían tanto con el coronel Francelino Procopio dos Santos, primos carnales, que vivían en calles diferentes, enemigos a muerte, ambos ricos, ambos poderosos, pero ambos también del mismo partido invicto en todas las contiendas electorales que habían tenido lugar desde la caída de la dictadura. En ellas la oposición no había obtenido ni siquier un voto. Ambos coroneles, y sus seguidores, no sabían lo que era esa palabra.
Es verdad que uno y otro abrigaban un profundo resentimiento contra el gobierno pues de acuerdo a las inluencias y a los candidatos a los que éste apoyaba, los puestos locales quedaban, alternadamente, en manos de uno y otro bando.
El ambiente en la ciudad era en este año bueno. La proximidad de los comicios acarreaba momentos de aprensión a los jefes. Ambos trajeron de São Luis la nueva directiva, que sonó enérgica a sus oídos:
–Quien gane ahora las elecciones será dueño de todos los puestos municipales y de la jefatura del partido No vamos a permitir más esa pugna que hay en Brejal…
El coronel Francelino Procopio dos Santos, apodado Jabalí, había quedado myu irritado por esa cisión. Decisisón especialmente ingrata para él, servidor por mucho tiempo de la causa, que había traido a Brejal, como padrino de su hijo mayor, al senador Clemente Guerra a quien había acompañado en todas las luchas con cartas de adhesión. ¿Tener que demostras ahora que gozaba de prestigio, él que había probado tenerlo en todos esos años? Pero es que su adversario, Coronel Manuel Guimarães, conocido como Né Guiné, enterado de que el hijo del senador, presidente del partido era candidato a diputado departamental, había dado un antecipado golpe. Había enviado un telegrama adhiriéndose a esa candidatura, y, con ese apoyo, justo es admitirlo, se había adelantado a Chico Jabalí.
El senador Guera había construido su política sobre la realidad de las ambiciones locales. Conocía como la palma de su mano todos los secretos de la brega municipal, las pequeñas ambiciones que en ella operan y sus grandes batallas. En este día su figura de líder astuto brillaba en un ejercicio que siempre había sido de su agrado: el juego de amenazas. Los ojos saltones, y el puro apretado a un lado de la boca, completan el conjunto de ese cuerpo grande, que movía con fuerza la pierna y retorcía las manos.
–Nuestro partido, compadre, fue hecho para servir a los amigos. La ley es dura para quien es blando. El gobierno no sabe de decretos cuando los intereses de un amigo están en juego, y el enemigo aquí no tiene bandera…
El coronel Francisco Procopio dos Santos comprendía bien el significado de esas palabras: asegurar el el nombramiento de los cobradores de impuestos, tasando a Né Guiné; soldados para meter presos a los jornaleros; y la tranquilidad de no pagar tributo alguno, lo cual estaba en las mejores tradiciones del partido. Pero también en esas palabras del senador Guerra estaba la velada amenaza de los peligros a que estaría expuesto como opositor si Né Guiné ganaba los comicios.
Francelino escuchó en silencio la voz de mando. Se mostraba impasible en la Sala de las Estrellas del Palacio de los Leones, donde tantas veces se le había recibido. Por la ventana la brisa de la bahía de San Marcos agitaba los caballos de su compadre y amigo. Realmente Né Guiné se había anotado un punto a su favor. Había llevado al senador Clemente a una posición en la cual no le gustaba verle. A fin de cuentas, la imparcialidad de las luchas de Brejal la parcialidad del senador había sido siempre su arma secreta Y no eran dos ni tres las veces en que le había telegrafiado pidiendo su intervención para mantener a gente amiga en los puestos políticos de Brejal. Era alcade de Brejal y tenía mayoría en el Consejo Municipal, prueba suficiente de su supremacía. ¿Por qué ponerlo entonces a prueba en nueva contienda cuando por derecho debía disfrutar ya del pode absoluto en Brejal de los Guajás? Aunque es verdad también que Né Guiné había escogido al teniente alcade y a cuatro regidores y que había obtenido un gran votación; y si había perdido los comicios fue solamente por tres docenas de votos.
El coronel Jabalí sólo asistia al Palacio de los Leones de traje oscuro, con chaquetón de ocho botones, zapatos de botonadura- cruzada, cerrados a un costado, y ese pince-nez que lo acompañaba en los momentos solemnes. La perita era una reminiscencia histórica, ya que en el Estado de Maranhão sobrevivían sólo tres, y la suya era una de las más célebres. (“Esa perrita es sólo una viveza– cuando va a mentir comienza a acariciársela–, pues una simple perita no hace decente a nadie”, eran viejas frases de sus adversario). Jabalí, entretanto, conservaba la perita, que lucía de veras solemne. En las charlas políticas encarnaba toda una tradición. Su dueño hablaba con parsimonia, usando siempre su merced, y su voz era untuosa.
Un día pidieron al coronel Né Guiné una definición de su contrincante, y dijo: “Ése es como la semilla de la linaza, resbala y no hay mano que la retenga…”

_____________________

Fonte: SARNEY, José. El consejal Bertoldo y otros cuentos. Traducción de Edgardo Rivera Martínez. Lima, Peru: Centro de Estudios Brasileños, 1959. p. 23-29.

BREJAL DOS GUAJÁS

De: O Concejal Bertolo e outros contos

José Sarney

Brejal, ai meu Brejal,
Brejal dos Guajajaras,
Morrer em ti, ai Deus,
Morrer em ti, ai Deus,
Tomara …

Valsa de Zé Binga

Em pace, em pace,
em rua, em rua,
Ai meu Deus, padecendo
sem culpa nenhuma!
Excelência do Olho-d’Água Seco
Brejal, Brejal, terra querida,
Brejal, ai meu Brejal,
Motivo da minha vida,
Dizer adeus a ti, ai Deus,
Não digo tal …

Valsa de Zé do Bule

I

O caminho do Brejal era longe. Longe demais para ser contado em dias ou léguas. A distância dependia da época das viagens: se era no inverno, invernão de pingo grosso, seis meses de água por todos os lados, não tinham fim. De trem até longe, de longe em canoa subindo o Rio Itapicuru até a Laje Amarela, e de lá a cavalo até a ponta da rua ou mais, se era amigo, e se não era, da ponta da rua a pé até a hospedaria do Marcado, falando mansinho, olhando de lado e de frente até que se soubesse a que vinha e donde.
Ruas tinham duas: a da Matriz e a do Mercado. A cidade era menos mais que umas três quarentenas de casas. Nem telégrafo nem calçadas, nem calçamentos, nem prédios públicos, nem escolas. Aliás, escola tinha uma, de uma sala, construída recentemente; nela residia o sargento da força policial de dez praças.
Do antigo teso grande onde agora se localizava a cidade só restava um pé de tamboril, copudo, verde, de folhagens abertas, em frente à casa de D. Rosa Menina. Na época da safra os moleques vinham e juntavam as favas chatas. Ali, antigamente, os veados deviam chegar para a comida nas noites de verão, Boa espera teria sido aquele tronco onde agora ficavam amarrados os animais e a rancharia. Na cidade todos se conheciam e o que se vendia eram os teréns de vestir e de comer, e um pouco de arroz, porque não era zona de arroz, mas de muito babaçu e farinha. Chamado dos Guajas porque ficava próximo à aldeia dos guajajaras, hoje longes, perdidos, mortos e domados.
– Oi, Rosa, Deus ajude, mulata dengosa … – dizia o cônego João, pároco há muitos anos, respeitado e estimado por uma banda da cidade, que lhe dava todas as virtudes, desde a de pai de família exemplar até a de milagroso pastor das almas.
– Amém – respondia Rosa Menina, na banca de café e arroz de toucinho, vendido na mão.
O Padre João e Rosa talvez fossem as únicas pessoas que podiam falar ao mesmo tempo com o Coronel Francelino Procópio dos Santos e com o Coronel Manuel Guimarães dos Santos, primos carnais, morando em ruas diferentes, inimigos de vida e morte, ambos ricos, ambos poderosos, mas ambos da mesma corrente política invicta em todos os pleitos realizados desde a queda da ditadura. A oposição nunca conseguira um voto sequer. Ambos os coronéis e seus dependentes não sabiam o que era essa palavra.
É bem verdade que um e outro guardavam profundas mágoas do governo, pois, conforme as influências e os candidatos a apoiar, as posições locais ficavam alternadamente numa ou noutra mão.
O clima na cidade esse ano estava bom. A proximidade do pleito marcava momentos de apreensão para os chefes. Ambos trouxeram de São Luís a nova orientação e os dois a ouviram vigorosa:
– Quem ganhar as eleições será o dono de todas as posições municipais e o chefe do Partido. É impossível manter essa disputa do Brejal …
O Coronel Francelino Procópio dos Santos, Javali de apelido, ficara irritado com essa decisão. Decisão ingrata para ele, há anos servidor da casa, que levara ao Brejal, para padrinho do seu filho mais velho, o Senador Clemente Guerra, a quem em todas as lutas acompanhara com cartas de solidariedade. Ter agora de mostrar prestígio, ele que demonstrara prestígio em todos os anos? Mas é que o adversário, o Coronel Manuel Guimarães, conhecido como Né Guiné, sabendo que o filho do senhor Presidente do Partido era candidato a deputado estadual, dera o golpe antecipado. Passava um telegrama aderindo a essa candidatura e nesse apoio, justiça era confessar, passara à frente do Chico Javali.
O Senador Guerra montara a sua política na realidade das ambições locais. Conhecia como a palma da mão todos os meandros da luta municipal, suas pequenas ambições e suas grandes batalhas. Naquele, dia, a sua figura de chefe astuto brilhava, no exercício de uma função que sempre fora do seu agrado: o jogo das ameaças. Os olhos espantados e abertos e aquele charuto apertado no canto da boca compunham o conjunto do corpo grande a sacudir violentamente a perna e a torcer os dedos.
– O nosso Partido, compadre, foi feito para servir os amigos. A lei é dura para quem é mole.
O Governo não conhece decreto quando o interesse do amigo está em jogo e inimigo não tem bandeira.
O Coronel Francelino Procópio dos Santos bem compreendia o significado daquelas palavras. Era assegurar a nomeação dos cobradores de impostas taxando o Né Guiné, os soldados prendendo os agregados e a tranqüilidade para não pagar nenhum tributo, o que era da tradição do partido. Por outro lado, nas palavras do Senador Guerra estava àquela ameaça velada afrontando os perigos da oposição a que estaria sujeito se o Né Guiné ganhasse o pleito.
Francelino ouvira silencioso a voz de comando. Estava impassível naquela Sala da Estrela do Palácio dos Leões, onde tantas vezes fora recebido. Pela janela, a viração da baía de S. Marcos batia nos cabelos do compadre e amigo. Realmente o Né Guiné tinha conseguido um tento. Levara o Senador Clemente para uma posição que em que ele não gostava que estivesse. Afinal de contas, na imparcialidade da luta do Brejal, a parcialidade do senador sempre fora o trunfo. E não eram duas nem três vezes que telegrafara pedindo a sua interferência para manter amigos nas posições políticas do Brejal. Ele era o Prefeito do Brejal, tinha a maioria da Câmara Municipal, prova suficiente da sua supremacia. Por que testá-lo num pleito novo, quando de direito já devia ter o comando absoluto do Brejal dos Guajas? É bem verdade que o Né Guiné elegera o vice-prefeito e quatro vereadores, tivera uma grande votação, e perdera a eleição apenas por três dúzias de votos.
O Coronel Javali não comparecia aos Leões senão de terno escuro, jaquetão de oito botões, sapatos de abotoaduras cruzadas, fechados no lado, aquele pince-nez que o acompanhava nos momentos solenes. O cavanhaque era uma reminiscência histórica. No Estado, todos sobreviviam uns três, e o dele era dos mais célebres. (aquele cavanhaque é só safadeza – Quando vai mentir, coça logo a barbicha – Cavanhaque não dá vergonha a ninguém – eram frases velhas dos adversários.) Javali, entretanto, tinha o cavanhaque; e era um cavanhaque solene. Nas conversas políticas, representava a própria tradição. Falava devagar, usando sempre vossa mercê e a voz era escorregadia. Um dia, pediram ao Coronel Né Guiné uma definição para o adversário.
– Aquilo é como semente de linhaça: escorrega que não há dedo que segure…
Já seu primo e adversário, o Né Guiné de apelido, nascido Manuel Guiné dos Santos, tinha a voz mais forte. De manobras mais claras, gabava-se dos músculos, de vigor para toda obra. Calvo, sempre com um fungado longo, pigarreava a miúdo. Das letras nada ou pouco sabia, mas nas contas gozava de boa cabeça. Sua roupa de viagem à capital era sempre aquele terno branco de linho inglês, gomado até as costuras e mostrando nos tons amarelados os longos meses de baú. Usava o “meu senhor” sem muitos rebuços.
Quando o Cônego João interpelou o Coronel Francelino para que reconhecesse qualidades no opositor, conseguiu apenas uma frase:
– Aquilo é como estopa: não tem avesso nem direito…
Francelino Procópio dos Santos era homem de muitas posses, casa sortida, de dez portadas, calçada alta, secos, molhados, fazendas de gado e de terra. Tinha muitos filhos. Alguns já homens, alguns casados, outros estudando, um genro na loja, mas a sua paixão, a paixão de sua vida sempre fora à política. Afinal de contas, herdaram do avô, ele e primo Né, por pais diferentes, o eleitorado e os bens.

__________________________________________

Fonte: Sarney, José. “Brejal dos guajás”. De: O concejal Bertolo e outros contos. In: http://www.academia.org.br/cads/38/josé_s2.htm