ASQUEANTE ESTADO DE DESGRACIA – LA MATERNIDAD EN LA POESÍA VENEZOLANA – Cristina Gutiérrez Leal


 

Cristina Gutiérrez Leal

 Universidad Federal de Rio de Janeiro

 
 
Resúmen: La sociedad y la cultura funcionan como reguladores de conducta a partir de modelos y estereotipos: la maternidad es uno de ellos. El propósito de esta investigación es recorrer la poesía venezolana escrita por mujeres sospechando de algunas zonas ocultas que se dicen a contrapelo de los protocolos normalizados de la experiencia materna, ahí donde el “orden” de lo materno es intervenido, atravesado por una lengua que lo nombra –  transversalmente. Me interesa pensar cómo la lengua poética logra develar una posición ajena al sentimiento materno “legítimo” –ternura, felicidad, aceptación– como política de experiencia afectiva en la madre. Entre las obras revisadas están las de Miyó Vestrini, María Auxiliadora Álvarez, Márgara Russotto, Maritza Jimenez y Jacqueline Goldberg.
 
Palabras clave: poesía venezolana, maternidad, protocolo.
 
Abstract: Society and culture act as behavioral controllers through role models and stereotypes: maternity is simple one of them. The purpose of this article is to survey Venezuelan poetry written by women, trying to locate some hidden zones that may go against normalized protocols of the experience of motherhood. Those in which the ‘order’ of maternity is subverted, pierced by a language that names it transversally. The main aim is to understand how the poetic language allows for the revelation of a position distant from ‘legitimate’ motherhood feelings –tenderness, happiness, acceptation– as a politics for the mother’s affective experience. Among the revised works are those from Miyó Vestrini, María Auxiliadora Álvarez, Márgara Russotto, Maritza Jiménez y Jacqueline Goldberg.
 
Keywords: Venezuelan poetry, maternity, protocol.
 
Minicurrículo: Cristina Gutiérrez Leal (Coro, 1988) es licenciada en Educación, mención lengua, literatura y latín (UNEFM-Venezuela), magíster en Literatura iberoamericana (ULA-Venezuela) y fotógrafa aficionada. Sus artículos, fotografías y poemas han sido publicados en diversas revistas digitales. Ganadora de la XX Bienal de literatura José Antonio Ramos Sucre, con el poemario Estatua de sal. Actualmente cursa el Doctorado en Ciencia de la literatura de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ).
 
 
 
ASQUEANTE ESTADO DE DESGRACIA –
LA MATERNIDAD EN LA POESÍA VENEZOLANA
 
Cristina Gutiérrez Leal
 Universidad Federal de Rio de Janeiro
 
madre.

  1. f. Hembra que ha parido.
  2. f. Alcantarilla o cloaca maestra.

DRAE
 
La familia y las diferentes figuras que la constituyen son presas de rituales y prácticas políticas que no permiten excepciones, desbordes o miradas transversales, pues a veces funciona como espacio que controla y regula tanto el afecto como los modos de manejar los lazos de sangre. La maternidad es un ejemplo: esa suerte de fatum  que “naturaliza” esta condición en tanto la convierte de forma obligatoria en algo inherente a la condición femenina, cuando en realidad puede ser también una imposición, un imperativo de la cultura y el poder. Lo que conocemos por maternidad está potencialmente regulado a partir de modelos y arquetipos: “Así pues, las imágenes y representaciones de la maternidad están socialmente construidas” (Daich, 2008:62), y podría pensarse como un protocolo naturalizado de la experiencia (Isava, 2012), es decir, como un conjunto de prácticas que, si bien se asumen como naturales, son el resultado de formas impuestas que producen estereotipos a través de los cuales se circunscribe el hecho de “ser mujer” a la posibilidad de ver en ella el sujeto que garantiza amor incondicional y entrega íntegra hacia los hijos.
De acuerdo a un recorrido que hace Lorena Saletti Cuesta, en Propuestas teóricas feministas en relación al concepto de maternidad (2008), el “instinto materno” se considera una construcción cultural y social basada en el sistema patriarcal, a través del cual se ha creado un discurso que controla y legitima el “amor de madre”. Simone de Beauvoir fue la primera en insistir en la deconstrucción del concepto de maternidad pues, según su perspectiva, representaba la anulación del cuerpo femenino. Es decir que “la maternidad anula a la mujer como persona, ya que los hijos representan un obstáculo para la trascendencia social” (Ibíd, p.175); así pues, estas primeras interpretaciones que el feminismo hace de la maternidad obedecen a la resistencia y rechazo de la dominación patriarcal que relega a la mujer a la función reproductiva. Ser madre es pues visto como una forma de subordinación que hace de la mujer un ente subalterno valorado sólo a través del acto reproductivo para el cual, supuestamente, está naturalmente –esto es, culturalmente– asignada.
En la historia de la cultura latinoamericana la figura del padre tiene numerosas representaciones que la muestran como efigie fundadora de estirpes y naciones. Las madres, en cambio, aparecen como telón de fondo, como figuras periféricas, representativas de “épicas mínimas” y domésticas que también tienen la función de educar a los futuros ciudadanos de la nación. Asimismo, en la tradición occidental son muchos los estereotipos existentes sobre la maternidad. Ésta, en tanto construcción social, es vista desde los ángulos diseñados por los dispositivos de poder que prescriben los modos de actuar en comunidad.
Por ejemplo, la iglesia cristiana introdujo, mediante el relato de la virgen  María, el modelo de madre que rige mayormente la idea de maternidad como vocación natural que se tiene en occidente. Virgen e inmaculada, María fue elegida como “madre del mesías” pues no fue hallado en ella pecado alguno; de hecho, la virtud con que había desarrollado su vida la hacía merecedora de llevar en su vientre al hijo de Dios. Entre los atributos que la madre de Jesús debía tener estaba la santidad, el sacrificio y la obediencia. Aun sin haber consumado el acto sexual y reproductivo, María debía aceptar llevar en su cuerpo a quien salvaría a este mundo de sus pecados.  Debía sacrificarse, aceptar, obedecer, y sobre todo sentirse privilegiada por haber sido elegida según el mandato de Dios. No quejarse, porque “así estaba escrito”.
Ahora bien, la mitología griega nos ofrece, a través de la historia de Medea, una forma excéntrica de concebir la maternidad. Medea es el contrarrelato de la madre sacrificada; es una madre que puede asesinar a sus hijos –aún amándolos–, matarlos como un acto de “protección”,  los libra de las manos vengativas de otros, y con las suyas propias le pone fin a sus vidas y a su maternidad pura. Es ésta otra madre, no la que da la vida por sus hijos sino aquella que los sacrifica a ellos, que practica el amor maternal de forma perversa y monstruosa.
Estas dos breves menciones a la carga cultural que pesa sobre la figura de la madre ponen en evidencia su relación con los protocolos naturalizados de la experiencia, y por consiguiente su vinculación con un rol que establece modos de sentir y actuar de la mujer; sin embrago, a sabiendas de que todo discurso hegemónico, en tanto discurso de poder, excluye lo que puede desestabilizarlo y oculta las zonas donde se producen quiebres y fisuras, me pregunto ¿dónde y cómo localizar un contradiscurso de lo materno? ¿A través de qué modos de expresión se interpelan estas convenciones de la experiencia materna? Pienso con Florencia Garramuño, en la “noción de experiencia siempre mediada por el lenguaje”, propuesta en su libro La experiencia opaca (2011),  que permite comprender la poesía como espacio para la representación de una maternidad de excepción, en las antípodas de la convencionalidad, que problematiza y desvía las convenciones que pesan sobre ella. En Venezuela son varias las poéticas que han nombrado a la madre desde la incomodidad y el desasosiego. Durante la revisión de la poesía venezolana escrita por mujeres, en el siglo XX y XXI, me encuentro con algunas poetas que, si bien no desarrollaron en toda su obra el tema de la maternidad, lo introducen al menos groso modo, y esta intromisión colabora con la configuración de una suerte de cartografía donde es posible identificar y ubicar la maternidad dentro de la producción poética venezolana.
En la primera voz que me gustaría detenerme es la de Miyó Vestrini (1938) (pseudónimo de Marie Jose Fauvelles Ripert). Sus textos, escritos desde el desafuero y la confesión, con registros narrativos y lenguaje conversacional, proponen una estética donde temas como el suicidio, lo monstruoso, lo abyecto, son desarrollados desde un “yo” evidentemente fracturado y defectuoso. “No hay complacencia en su mirada sino inconformidad que compromete toda acción políticamente correcta” (Saraceni; 2012:138). Precisamente desde esa inconformidad con el orden se enuncia la figura de la madre en su poesía. Leamos “Los paredones de primavera”, del poemario Pocas virtudes (1986):
 
No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra
ni a oler la espiga
ni a cantar himnos.
Sabrá que no hay arroyos cristalinos
Ni agua clara que beber.
Su mundo será de aguaceros infernales
y planicies oscuras.
(…)
 
Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachau.
Su piel caerá pedazo a pedazo frente el horror
(…)
 
Tendrá la memoria que no tuvimos
y creerá en la violencia
de los que no creen en nada.
(1995:54)
 
No casualmente los últimos versos de este poema sirven de epígrafe a Máscaras de familia, de Jacqueline Goldberg, que trata precisamente sobre la maternidad. En este poema, la madre construye para su hijo una idea de mundo asociado al horror y el mal. No hay en ella el gesto protector característico de la mujer hacia el hijo o la intención de salvarlo de lo “real”; al contrario, piensa en acercarlo/someterlo a la contemplación de escenas dolorosas: la guerra, la muerte, la historia que se escribe desde la tragedia. El mundo que esta madre le pronostica –y de alguna forma prepara– a su hijo “será de aguaceros infernales/ y planicies oscuras”; quiere asegurar que su hijo crezca con una memoria abastecida de suficientes grietas como para creer sólo en la violencia del desasosiego. La desesperanza y el cinismo dictan el ritmo del texto y la vida del hijo. La maternidad en Vestrini sólo asegura debacles para el hijo, a quien le espera el vivir desollado “frente al horror”.
En otro poema del mismo libro, donde se recrea el encuentro de un psicoanalista y su paciente, la madre no habla; al contrario, se habla de ella:
 
Usted está cargada de cosas, ¿entiende?
Cosas rudas. Unas detrás de otras.
Su madre, por ejemplo.
(…)
Su madre la toma por el brazo. (…)
Usted se resiste a ese brazo que
La envuelve toda. ¿Fue entonces
cuando sintió miedo?
(56).
 
La madre es presentada como un peso, como una carga que habita en la memoria y es dañina, tanto que puede ser la causa de algunos desórdenes. La escena del paseo con la madre como posible origen de los miedos parece nombrar lo traumático asociado a la maternidad, parece presentar a una madre “mala”, a una mujer que al envolver a la hija toda con su brazo también la envuelve con temores que desembocarán en visitas infructuosas al psicoanalista.
En sintonía con esta imagen de “madre dañina”, se encuentra configurado un poema de Márgara Russotto (1946). Leamos “Los años salvajes”, incluido en Viola d´amore (1986):
¿has visto a mamá
caminando sola
sólo ella misma
por la calle?
desenfadada y polvorienta
se ve
toda llena de un goce anónimo
 
(…)
desentendida de nosotros
(…)
sin tarea alguna que la mantuviera alerta
sin que la preocupación de nosotros pudiera
hincarle el diente
(…)
sublevando miedo
pretendiendo irse
irse
irse
irse
¿qué ancestral ignorancia la hará volver?
¿qué virulento escozor será
lo que
cada noche
nos la devuelve?
(1995:112).
 
Las voces que enuncian este poema son los hijos que viven azotados por el constante abandono de la madre que quiere “irse/irse/irse”. Ellos empiezan el texto preguntando por mamá, interrogando a un escucha que no ofrece respuesta, es más bien un recurso para tener a quien describirle la escena de la huida y exponer el miedo que les habita ante el desdén de una madre desentendida de ellos. Esta madre está en constante huida, y la emprende “sola, sólo con ella”. La huida le proporciona goce, quizás animado por la libertad de emprender camino en soledad, sin la obligación que al parecer es la familia.  La maternidad se presenta también a través del letargo que padece la madre, deambulando sin que ningún pensamiento o preocupación logre “hincarle un diente”, afectarle o recordarle su lugar y compromiso con los hijos. Éstos permanecen a la espera, sólo planteándose interrogantes. Con una intermitente zozobra, tanto por la ida como por el regreso de su madre, nada saben, sólo la contemplan ir y venir; y es que la madre regresa. Lo que nunca se sabe es qué “virulento escozor” la trae de vuelta. Queda en el poema ese misterio sin develar, el lector intuirá, quizás, porque al menos los hijos no pueden ni siquiera intuir, sólo padecer a la madre.
Yolanda Pantin (1954), en su poemario Correo del corazón (1985), incluye el poema “Vitral de mujer sola” en el que explaya las características que guardan en común las mujeres solas, entre las cuales está la certeza de que:
 
Si tienen hijos hacen de madres
Son tiernas y delicadas
Aunque muchas veces se alteren
Un pensamiento recurrente es
Ya no puedo ni un minuto más
(1995:181)
 
Estos versos nos recuerdan las premisas teóricas de Adrienne Rich, cuando propone la idea de una maternidad ambivalente, ambigua, donde las emociones que se viven son agridulces. En este caso, las madres-mujeres solas “son tiernas y delicadas” pero también pueden explotar, desesperarse, alterarse y sentir que lo materno es una incomodidad, un peso que no es soportable “ni un minuto más”.
Por otro lado, la maternidad asociada a la soledad es también una manera inédita de concebirla, pues según el pensamiento convencional el hecho de “ser madre” es garantía de compañía. De hecho, las mujeres que socialmente cuentan con cierta estabilidad piensan en ser madres “para no estar solas”. En este poema de Pantin, al igual que en el Russotto, la soledad de la madre es una certeza. En tal sentido, la soledad es también una forma de vivir la maternidad.
Especial mención merece la poética de María Auxiliadora Álvarez, para quien en su poemario Cuerpo (1985), en palabras de Luis Alberto Crespo, “la experiencia de la maternidad se tradujo en (…) diario de reclusa y condenada a ser cuerpo” (1993:9).  Lo materno es para Álvarez el suplicio de dar vida incluyendo la parafernalia logística de los hospitales y las salas de parto:
hubiera podido reunirlo
el dinero doctora
vaca amarga castrada que me agrede
para tener mejor asistencia
(…)
si el embarazo durara varios años
a medida que me hubiera ido inflamando
cada arcada
cada pelo que cayese
cada estría
lo hubiera ido guardando (…)
(1993:15)
 
La puesta en escena de la parturienta con la doctora revela esas zonas de lo cotidiano donde la amargura es ley de vida. Se observa a una madre llena de reproches a la institución, al poder. Muestra cómo la maternidad es un proceso que se enuncia y se sufre desde el cuerpo; y además cómo se convierte en desasosiego la imposibilidad de que el cuerpo fracturado sea suficiente para acceder a los centros que el orden dispone para la llegada a la vida. Si tan sólo cada “estría”, “arcada”, “pelo” pudieran reunirse como el precio pagado por la madre para “tener mejor atención. ¿No ha sido suficiente ya el estropicio corporal?  El cuerpo aparece en el poema como ente mancillado, como víctima de una maternidad feroz que lo anula o, peor, lo destruye; y al final, de nada vale.
En otro texto del mismo poemario, el escucha ya no es una doctora “vaca amarga”, sino un doctor para quien no hay adjetivos pero sí se le reprocha el desconocimiento, en tanto hombre, que tiene del acto de parir:
usted nunca ha parido
no conoce
el filo de los machetes
no ha sentido
las culebras de río (…)
doctor no meta la mano tan adentro
que ahí tengo los machetes
que tengo una niña dormida
y usted nunca ha pasado
una noche en la culebra
usted no conoce el río
(1993:19)
 
Para quienes han dado a luz es fácil reconocer esta escena como el preámbulo al parto: la escena del tacto.  Las imágenes propuestas acá están diseñadas para producir el efecto de los machetes, las culebras y el río en el doctor: cortar, mover, chocar; contraponer el  desconocimiento del escucha en cuanto al parto  a su experiencia como depositaria de machetes y una “niña dormida”. El doctor es una figura intrusa, que invade el cuerpo de la madre con su mano pero es incapaz de experimentar los dolores y exilios del vientre que da a luz.
En Álvarez, también habla el hijo:
mamá es un animal negro
manso
extenso
(…)
cría (…)
no come
no duerme
no ríe
es un espacio oscuro
(…)
mamá es un animal quieto
amarrado
hinchado
habitual
muerto
(1993:24)
 
El devenir animal de esta madre es enunciado precisamente desde el hijo, quien la observa ahí donde lo materno asiste a su desborde y entra en “una zona de indeterminación, incontrolable e incontrolada donde el ser viviente que es el hombre se excede (…) para dar paso a la emergencia del defecto, del error, de lo monstruoso, de lo animal” (Saraceni, 2012). La madre acá es mirada desde su anomalía. Lo monstruoso ya no se refiere solamente a la subversión del orden, sino que a través del discurso cobra forma precisamente en la figura de la madre como cuerpo padece lo animal, que “no come/ no duerme/ no ríe”; diseñando así una escena lúgubre donde la maternidad es también un espacio oscuro donde se está amarrado, quieto, muerto.
Si la madre se vuelve discurso de animalidad el hijo también es descifrado a través de la palabra, es decodificado en el preciso momento del nacimiento: “entre las piernas/ la humedad de la placenta/ ACHE I JOTA O” (1993:29). En el parto el hijo es deletreado, es traído a la vida como un ente susceptible, como la justificación del cuerpo dolido de la madre.
Hay un texto que pudiera leerse en contraposición a Cuerpo haciendo una justa visión comparativa del hecho doloroso de traer a la vida y el de negarla. Estoy refiriéndome a Hago la muerte (1987) de Martiza Jimenez, donde la maternidad es enunciada fundamentalmente desde su negación: el aborto.
Este poemario posee un carácter narrativo en tanto describe desde el punto inicial y la confirmación del embarazo (“Náusea matinal”) hasta el desalojo del vientre (“como sangre salió”).  Si en Álvarez el cuerpo materno es configurado desde el dolor de parto, en Jimenez este cuerpo es un ente pasivo a través del cual el hijo fluye y se anula: “como sangre salió/ y en mi cuerpo dormía” (1993:219). En las primeras escenas del poemario el aborto es para la madre símbolo de feliz desprendimiento: “al despertar/ yo bailaba/ y bailaba/ mi nueva libertad” (219); pero a medida que se va desarrollando la secuencia corporal y emotiva, comienzan a aparecer atisbos que develan el otro lado de la libertad: el vacío, el hijo ausente. Hacer la muerte es también vivirla: “se seca mi seno/ ya no alimenta esta sangre/ muero dos veces/ crepito sin sombra” (220). La mujer que decide no ser madre igual vive otra maternidad, una “llena de ortigas y abismos” (221). Eliminar la posibilidad del hijo no elimina los restos de una experiencia materna dicha desde el vacío y la nada.
El vientre deshabitado observa cómo “por siete días la sangre/ el surco que se abre/ y pasas”; el hijo entra en la muerte sirviéndose de la sangre de su madre como puerta, entonces la madre define a su hijo como “una oquedad/un vértigo” (221), lo conduce a la muerte, lo nombra desde ahí.
Al final del poemario hay una suerte de arrepentimiento:
debiste ser la inundación
colorear las horas y el sentido
dibujar con furia tu pequeño pie
seguir golpeando desde adentro
entonces la muerte
con su traje falso de enfermera
(…)
retiraría espantada
(226)
 
La madre no se reprocha nada a sí misma, le reprocha al hijo, tal como hemos visto en anteriores poemas: el hijo carga las culpas. Es el chivo expiatorio de madres que o bien viven la maternidad a contrapelo o deciden no vivirla. Algo bastante interesante sucede en el último poema del libro:
(…) tu madre poda en sus cabellos –como metáforas–
el peso de uno, dos
–¿cuántos hijos?–
que encorvan su espalda
(…)
Tu madre frente a la máquina
Desnuda palabras para olvidar
(227).
 
Acá, en palabras de Julio Miranda, “por una parte nada se ha olvidado; por otra, experiencia se ha convertido en escritura” (1995:217). La madre ratifica su desidia, afirma que su memoria hace esfuerzos por descartar los recuerdos, y que su ser está encorvado por el peso que significan los hijos ausentes, ahora convertidos en una carga mayor, pesan en tanto faltan, y siempre queda la palabra como articuladora de esa nueva subjetividad rota. Es por ella que la maternidad se convierte en discurso y los cabellos de la madre devienen metáforas y el hijo ausente quiere olvidarse frente a una máquina donde la madre “desnuda palabras”.
El hijo que falta aparece también en Casa de pisar duro (2013) de Gina Saraceni (1966).
El hijo no nacido reclama un lugar en la palabra,
Una letra que ocupe el espacio de la falta.
(…)
Que el poema diga el peso de su ausencia
La sangre más secreta
La que corre fuera de las venas
(50).
 
El hijo imposible sólo encuentra asidero en la poesía. Su reclamo es por hacer visible su ausencia. La lengua poética, en Saraceni, se hace cargo de las culpas y los vacíos que se enfrentan ante un hijo que no ha sido, ante una descendencia coartada, sesgada. Ahora bien, así como Saraceni habla desde el hijo ausente, que no llegó ni llegará, Jacqueline Golberg (1966)  hace el movimiento contrario en Máscaras de familia (1988), donde le escribe al hijo que está por nacer. Este libro es fundamental para entender la reflexión sobre la maternidad desde la poesía, constituye uno de los engranajes principales de la poética sobre la madre tanto en la obra de Goldberg como en la tradición literaria venezolana.
Esta poeta propone a través de una lengua breve y contundente, afilada y cruda, una experiencia atormentada por la espera del hijo “vuelto náusea” (2006:265).  Máscaras de familia está escrito desde la espera de algo todavía incumplido. En la posibilidad. Es la poética de un hijo por venir, de una rotura y cambio que se aproximan. La voz poética se imagina madre antes de serlo pero, a diferencia de los acuerdos existentes sobre el estado de felicidad y deseo de quien que va a dar a luz, aquí lo que se pone en escena es una mirada sospechosa en relación al “alumbramiento” y sus consecuencias, por el modo como compromete la libertad del sujeto y afecta su cuerpo: “Vendrás/ a clavarme/ tu sangre mía/ a someterme” (Goldberg, 2006: 269). Se advierte la tragedia desde la genealogía. La sangre de su hijo, la suya misma, es precisamente la molestia, lo que se clava. Esta forma de esperar al hijo que va a nacer interrumpe el “archivo de lo sabido”, subvierte la idea de plenitud que debe experimentar una mujer encinta.
La madre es amenazada por su propia sangre e inicia un periplo de dolores y angustias que no alcanzan a revertirse en ningún momento a lo largo del poemario. Lo que permanece constante es el reproche y la queja. En el texto no está expresada la esperanza y las ansias emotivas de las madres por su hijo; están los desvelos, las tristezas, la zozobra. No hay dolor que libere y se atenúe con el nacimiento del hijo sino, por el contrario, su llegada representa la constatación de que su existencia, su estar allí en la cotidianidad de la madre, produce en el sujeto poético ansiedad, reproche y lamento. No hay, a lo largo de este poemario, ninguna similitud a lo que convencionalmente suele asociarse con una madre que acaba de parir: felicidad, plenitud.
Estos develamientos de una maternidad a contracorriente de la convención social se pueden asociar a lo que Freud llamó lo “ominoso”, pues se trata de una forma de experimentar la maternidad desde sus zonas defectuosas, de poner al descubierto las emociones “abyectas” que resultan del embarazo, y que a la luz de la sociedad llena de prejuicios y percepciones consensuadas, serían juzgadas como negativas y perversas.
En Goldberg, la voz que se enuncia madre usa la poesía para ir en contra de este estado, para mostrar cómo el poema es una manera de cuestionar la cultura y las convenciones que sostienen el protocolo de la maternidad: “Tu lengua/ será mortaja/ iré quemándome en ella” (Goldberg; 2006:270); “No insinúo derrotas/ no te culpo de amargar/ mis prisas de amante” (Goldberg; 2006: 296). La maternidad se presenta como ese “combate” de “quien se arriesga en la lucha de lo que no tiene rostro” (Ossott, 2008:826). El riesgo es asumir la afectividad desde una trinchera separada, desrostrificada (Deleuze y Guattari), inexpresable. Pienso en la desrostrificación como la operación que la literatura hace para desmontar la máquina de rostrificación que intenta organizar el poder y sus protocolos de determinada forma, de proporcionales un paisaje ordenado y seguro: un rostro (Deleuze y Guattari. Mil Mesetas 2006: 174-186). El rostro de la maternidad preestablecido socialmente se desfigura en la poesía de Goldberg para producir nuevas significaciones y hablar desde sus zonas defectuosas. El sentir materno convencional, el del “mundo interpretado” que acusa a la madre en caso de cualquier “desorden” o anomalía en el hijo, asiste a su desborde en una poesía que busca lo que en la trastienda de la experiencia se oculta. Este otro modo de lo materno atenta contra el orden que la política de la vida impone en la existencia de los sujetos para controlar su afectividad y sus emociones, y garantizar la regulación social.
A diferencia de la larga tradición poética latinoamericana que propone una versión sublime de la maternidad, Goldberg la plantea como una experiencia de la pérdida, como la paraguaya Renée Ferrer en sus Nocturnos (1987), quien nombra al hijo como “tibio pétalo en arrullo (…) / pequeña y breve flor” (p. 42); o Gabriela Mistral quien es reconocida como la madre de América por su forma de sublimar la maternidad:
 
Querré perderme
cuando gimas en mi carne
 
querré llamarte
sombra
muerte
 
hijo al fin
(Goldberg, 2006: 282)
 
La muerte es inherente al hijo engendrado, el cuerpo materno no es leído según el lugar común de “dar vida” sino que funciona transversalmente como recinto de oscuridad; al igual que la lengua cuando busca nombrarlo y sólo encuentra un hijo “sombra/muerte” y entonces ensombrece sus códigos. La poética de la maternidad deriva entonces hacia sus zonas más inexpresables, siniestras y ocultas. En la poesía de Goldberg, el monstruo está en la madre.
Hay una puesta en escena el cuerpo encinta desde una mirada que deconstruye la promesa que implica el embarazo y muestra la lesión que significa:
Tu madre
será mujer muy sola
de esas que leen
y  gritan
para no morir
 
Andará por la casa
palpándose
aprendiendo poco a poco
que su cuerpo
no resistirá más goces
que sus senos deberán hincharse
a la hora del descanso
 
que se acabó la vida
(Goldberg, 2006:294)
 
La contingencia cotidiana y la casa –espacio asociado al hogar como nido, como amparo del proyecto familiar, a las máscaras de familia– se convierten en escenario de una catástrofe para la mujer que al dar vida a otro ser, pierde la suya. En palabras de Hanni Ossott se trata de un “ejercitarse en la decepción” (2008:831), de una vida que se sustrae a sí misma, que es déficit y muestra un devenir muerte que la palabra poética declara: “que acabó la vida”. Esta maternidad asociada a la muerte una vez más revoca la intención de pensarla en comunión con la idea de trascendencia humana, continuación de la vida, posteridad asegurada. Al contrario: el vientre materno deviene muerte.
En este poema la cotidianidad de la madre no es una láctea cantata a la alimentación. Es el registro de los espacios donde la mujer observa los límites de su cuerpo y sabe que su última salvación es precisamente la palabra, la única coartada “para no morir”.  Así pues, el orden, esa forma naturalizada de concebir la realidad, es también subvertido por lo que Bataille, en La literatura y el mal (1957), llamaría “una voluntad decidida de ruptura con el mundo, para abarcar mejor la vida y descubrir en la creación artística, lo que la realidad niega” (2000:39).  En Máscaras de familia lo que el orden intenta mantener oculto es traído del espacio íntimo y secreto al colectivo y público a través de la creación poética y es puesto en evidencia ante la escucha del lector, lo cual desestabiliza los protocolos normalizados de ser madre, quien es sometida a la pérdida de algo que sólo la escritura puede compensar. Es la palabra como forma posible para dejar de ser madre o serlo de otro modo.
Entonces, a partir de esta apresurada propuesta cartográfica, es posible pensar la poesía como el lugar de la resistencia a la forma común de maternidad, es un lugar para intervenir los modos consensuados de la experiencia y proponer otros. Estas voces poéticas desenmascaran tales modos para descubrir y mostrar el lado oscuro de esas instituciones normativas de la vida y del deseo que son el soporte de la vida social. Visibiliza aquello que de la maternidad no tiene cabida en la norma establecida sobre este estado de la mujer. Y es que “La poesía es el lugar donde los límites se abren, donde la lengua se excede y se confunde para mostrar “la parte maldita” del ser” (Saraceni, 2012:136), eso que la literatura asume en su espalda, en su renovación estética, en los instrumentos que le da al ser para (re)interpretar el mundo.
 
 
Referencias bibliográficas y electrónicas
Álvarez, María A. (1993). Ca(z)a/Cuerpo. Caracas: Fundarte.
Bataille, G. (2000). La literatura y el mal. Ediciones el aleph.com. Disponible en: http://www.slideshare.net/amylesusana/la-literatura-y-el-mal-georges-bataille.
Deleuze, G.; Guattari, F. (1997). “Rizoma”. En: Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-textos.
Freud, S. (1919). Lo Ominoso. Obras completas en digital. Disponible en:
www.diamantoro.com.
Garramuño, T. (2011). La experiencia opaca. Literatura y desencanto. Buenos Aires: F.C.E.
Goldberg, J. (2007). Verbos predadores. Poesía reunida 2006/1986. Caracas: Equinoccio. (Serie Papiros. Colección Recorridos).
Isava L. (2012). De las prolongaciones de lo humano: reflexiones en torno a la experiencia y sus inherentes protocolos.
Miranda, J. (1995). Poesía en el espejo. Estudio y antología de la nueva lírica femenina venezolana (1970-1994). Caracas: Fundarte.
Ossott, H. (2008). Obras Completas. Caracas: Bid &Co Editores.
Saraceni, G. (2008). Escribir hacia  atrás. Herencia, lengua y memoria. Argentina: Beatriz Viterbo Editora
Saraceni, G. (2012) La soberanía del defecto. Legado y pertenencia en la literatura latinoamericana contemporánea. Caracas: Editorial Equinoccio. USB.
Saletti, L.  (2008). Propuestas teóricas feministas en relación al concepto de maternidad. Disponible en:
http://www.ugr.es/~esmujer/pdf/Saletti_Cuesta_articulo_revista_clepsydra.pdf.